LIBRE & OBJECTO
[Texto em Português] El amigo de papá nos iba a visitar todos los jueves después de la cena. Los adultos de la casa decían que él era un solitario y no tenía a nadie suyo a no ser las migajas de noche que nuestra familia le brindaba. Explicación cómoda para mí que juntaba a estas migajas las migajas viscosas que mojaban mis piernas cuando él me sentaba en su regazo, me abrazaba risueño, me mecía y me daba chocolates, como para distraer mi curiosidad mientras se liberaba de su voluminosa carencia. El hijo del jardinero me dijo que sólo me enseñaría a colocar trampas para agarrar pajarillos si yo me quitase mi ropa de niña, para que él, ninõ, pudiese verme. best replica watches Más tarde, fueron a contarle a mi mamá que todos los días io andaba enseñando a los chiquillos de la calle a cazar pajarillos. Nadie va a creer que fué estupendo. Asi hasta hoy miento. Digo que no aprendí a armar trampas, nunca agarré un solo pajarito en mi jaulita, ni que tampoco me gustan esos pájaros que vengo intentando acoger desde aquel tiempo. De falda plisada, boina y calcetines cortos, acostumbraba a andar por la calle impunemente. Colegiala. No imaginaba que del otro lado de la acera, alguien de quien nunca supe ni siquiera el nombre, me acechaba; aguardando por un momento hace ya mucho vivido en la propia imaginación.
En una ocasión él me detuvo, me puso sus dedos cuajados de uñas inmundas y me rozó en el placer. Mi espanto mayor fue percibir lo bueno que era, así como me dijeron en el colegio vio Dios cuando notó que había construido el mundo. Mientras en el cine su pulgar e indicador me prendían los pezones, se me dio por pensar en aquella plantita rústica llamada sensitiva, que se contrae a la menor amenaza de toque. Me quedé pensando y preguntándome si ella, la planta, sería capaz de sentir la misma sensación agradable de ese casi desfallecer que en aquel momento sentía y si para ella sería posible titubear entre un no saber si beso o me dejo soltar como las cuerdas de un banjo, manipuladas por dedos ágiles que descienden por mi cuerpo como una araña, deslizándose por debajo de mi falda sin argumentos. Ya era tiempo de que alguno de los hombres hiciera en mí lo que mi cuerpo ansiaba cuando se untaba y dolía, se hinchaba; preparado para recibir, absorber, tragar.Rolex Replica Watches
Y, yo recuerdo al primero a dejarme en el sexo una sensación de calor y frío, de agrado y desagrado. Deseando que lo saque mientras grito reclamando, pidiendo que lo meta.
Fue la vez de pensar que no pudiese aguantar, contoneándome al deseo más fuerte de conocer un movimiento que me complementase.
Recuerdo haber querido ser igual a él, expulsarme como él lo hacía encima de mí, mezclada de esperma y sangre, de asco y miedo.
Suspira en mi cuello. Prende sus manos alrededor de mi. Juega de fuerza conmigo. Empieza de arriba a besarme, el cuerpo, pasando por donde soy más mujer, hasta abajo, en el talón. Arrastra el pulgar por el valle de mis espaldas. Baila su lengua por toda mi nuca, entrando por mis cabellos y oídos. Rueda sobre mí. Mira mi cuerpo desnudo hasta donde yo no puedo permitírmelo, donde me obligo a cerrar los ojos. Consigue la contracción gelatinosa de mis senos. Como un hijo me mama. Pasea la punta de la nariz por mi ombligo, sube tu rostro hasta el mío; deslízate por dentro de mí, mucho. Y gime placeroso. Independiente del cuerpo exhausto horizontal sobre las sábanas, los bigotes urticantes de aquel hombre que pretendí. Continúo a sentir por el cuerpo la comezón del deseo que siempre dejaba mi útero afligido, después. Él durmiendo, casi marchito, abandonado. Yo quemando, intentando reactivar su conducto convexo inagotable, justamente por ser mi cóncavo nunca satisfecho. Me inclino y pido más. El sueño. El desgaste. Ninguna respuesta en él, a no ser en sus bigotes, que en un homenaje profundo a la vigilia, se despiertan perezosos, se enredan en mis vellos mezclando líquidos. Me exploran. Abro las piernas, tiembla mi vientre y me apaciguo. Amigo que me usas mientras te uso. O nos usamos. Es más, todos nos usan, no tengamos dudas.
Amigo tú no puedes irte ahora porque la noche no pasa de una propuesta. Pero si te quedas, temo deshacerme al día siguiente por sentirme nuevamente tibia, queriendo, sin tenerte cerca como en la víspera que es hoy. (De cualquier forma que me uses, me encanta. Y siempre me sobrará algún humus que te olvidaste de agotar; lanzándose fuera de mí, cada vez que me tocas con tus dedos cultivadores de pecado, del más perverso pecado, aquel del alma, que se rasga de dentro, empieza a venir poquito a poco escalando el acontecer.
El aconteciendo — brevedad del orgasmo unificador que apenas entreabre por pocos instantes la perspectiva de lo intemporal.
Y el aconteció cansado). Y nada como por lo menos una vez en la vida amar a un hombre marino, de brazos fuertes y animales hasta en el olor, un olor a vinagre. Nada como no poder pasar los dedos entre cabellos ya enmarañados por el viento. Y no tener cuidado de no ensuciar la camiseta inmunda y rota. El sentir rozar nuestra piel fina y hembra con callos de manos disformes. Nada comparable al notar nuestros pelitos danzando cuando escuchan un resollar marulleando en los oídos de uno, con una música tan clara e increíble como el sol que está por encima y ve. Al terminar, caer en el agua salada ardiendo y riendo, pidiendo para probar una segunda vez, allí. Manso y viril. En medio de esta ciudad grande, mayor que nosotros, él. Ya viejo, casi desactivado. Conocedor de todas las dimensiones del placer. Capaz de rescatar mi gozo con su propia lengua.
Y era yo quien siempre iba a buscar a este amante anatómico, orgánico, sabio. Iba, y en un casi extinto pensamiento me preguntaba para qué ir si tendría que volver. Si conseguía estar con él, me sofocaba la impotencia por no poder retener el momento entre los dedos, aun si él apenas me despidiese con una palmada por detrás, aun si sólo me rasguease las costillas en un abrazo, o sus ojos me prometiesen poco más que un otro día. Pero, si acontecía este otro día, la violencia de los gritos, de los tortazos, da las mordidas, de la hora reventando, me compensaban la sujeción a la espera. El chiquillo del recreo, en el día que fui a su colegio a buscar nada que no fuese su primer despertar, me acompañó. ¿Por qué, siendo ya una mujer madura, no puedo concederme a alguien que debía tener los pelos del pubis escasos y barba sin nacer? Me gratificará la falta de aspereza en mi rostro suave y sonrosado, jadeando en el instante que aparte uno de los elásticos del biquini y le ayude a acomodarse dentro de mí. De pie, apoyados en un muro, me obligo a movimientos peristálticos como una serpiente, para arrancar de él y de su espanto el más inocente de los vicios. A aquel hombre que no me juega a gusto yo podría enseñarle descubiertas, si él se dejase. Lo transportaría para momentos que nunca se atrevió a fantasear, como: vamos, ahora, desnúdame — yo quiero — pasa en mi rostro mis esencias. Después, querido, me lame la piel hasta dejarme tonta, gruñendo sonidos animales bajito y ronco. Al final de todo, después que hayas untado también mis senos con los jugos que sobraran de nosotros, prueba; mira que no hago ninguna restricción en saborear tu cuerpo con amor. Porque es así. Y es esto lo que nos hará vivir mientras a nuestras bocas no les parezca bobada un beso. Pensar que hoy yo sería bien menos mujer si no hubiese tenido el coraje de ir hasta las últimas consecuencias de aquella esquina donde me encontré y quise a un hombre desconocido.
Un día, ya de noche, y la noche siempre me hace más suelta, cruzamos miradas por la primera vez. Solamente. Con timidez le invité a entrar. Me senté en su regazo melosa; le hice cariños por el pelo besando su labio rendido, tardando bastante, dando tiempo para que nuestras ropas desapareciesen como cortinas corridas por manos invisibles.
A él no le gustaba que lo encajase en mí. Prefería dejar que su cuerpo solo intentase encontrarme, y al encontrarme, pudiese el mío abrigarlo suavemente.
Nada me dejó impaciente, ni su sexo resbalando fuera inadvertidamente, en plena emoción. Era una cuestión de piel, y a partir de la piel, nos realizamos juntos. De esta vez soy yo solitaria, que me acompaño por los caminos de mi deseo. Mujer, con el cuerpo boca arriba. Mi mano sin ser más mía, transformada en la mano del último amante, a través de mis partes vulnerables, cruzando chispas eléctricas desde el vientre a las rodillas. E estas chispas cerrándose en círculo, mientras me disfrazo de odalisca o de monja, bailarina o de cualquier otra cosa que me dé derecho al inalienable momento de felicidad. El goce es necesario. Estaba encima de mí como un resumen de todo lo que había procurado en estos tiempos, tú hombre. Que haces de mi interior una herida profunda a sangrar. Que haces precipitar mi menstruación y apretar mis esfínteres disimulando una virginidad acabada hace mucho en los dedos de alguien, (qué agradable sentarse al lado de ese alguien al borde de una tapia del jardín, y dejar); o en la prisa de otro (que aún así me hacía mucho más mujer por hacer lo que realmente era para ser hecho); o en la superficialidad de algunos, (que solo faltaba me pusiesen a correr después); o en la humildad de aquellos (que se sienten el peor de los hombres por apenas aliviarse); o en el aire victorioso de los ( que creen tratarse de una batalla).
Pero, si con todos esos dejé desparramados mis pedazos, fue simplemente para que me enseñasen a apretar mejor los muslos, como a ti te gusta. Copyright © by Joyce
Cavalccante
Texto del libro de poemas en prosa "LIBRE & OBJECTO". Representación Veritas Literary Agency. [ DE ADENTRO PARA AFUERA ] [ COSTILLA DE EVA ] [ LIBRE & OBJETO ] [ GRANERO DE IDEAS ] [ ENEMIGAS ÍNTIMAS ] [ PORTUGUÉS ] [ ESCRIBIR ] [ EL DIABLO CHUPANDO MANGO ] [ INGLÉS ] [ FRANCÉS ] [ ITALIANO ] [ EL DISCURSO DE LA MUJER ABSURDA ] [ FRAGMENTOS MÍSTICOS] [ REBRA ] [ LINKS ] |